Arctic Monkeys en el estadio Luna Park
Tras la caída de uno de los festivales más heterogéneos de Buenos Aires (el BUE), muchos de los artistas confirmados se vieron obligados a recaer en diferentes fechas y lugares. Uno de ellos fue el cuarteto de Sheffield. Suerte para nosotros.
¿Cómo fue que los
Arctic Monkeys llegaron a dónde llegaron hoy? ¿Ayuda de la prensa o mérito propio? Veamos. Por empezar, nadie señaló a éstos jovencitos oriundos de la ciudad británica de Sheffield como herederos de nada. Quizá herederos, lógicamente, de un sonido británico de bandas como
The Kinks,
The Jam y hasta los propios
Sex Pistols. Desde ésta década hacia acá que no se veía una banda con tanta proyección como
The Libertines (hoy ya disueltos). Pero qué pasa, ni
Alex Turner, ni ninguno de ellos son heroinómanos, familiares (¿alguien mencionó
Oasis?), mediáticos, no tienen un perfil demasiado alto ni tampoco salen con súper modelos o candentes actrices. Pues bien, entonces ¿de qué se habla cuando no hay factores externos que alteren el producto? Simple: de música; lisa y llanamente de lo musical.
Arctic Monkeys se presentó ante la sociedad como una banda de garage, amateur y muy joven, que tuvo un ascenso meteórico y que en muy poco tiempo estuvieron en boca de todos. Encabezaron muchos festivales importantes y en apenas un año editaron dos considerables placas (el 2do es aún mejor que el 1ro). Así las cosas, ellos jamás cambiaron: no se dejaron encandilar y seducir por el showbusiness. Y llegaron hasta el Luna Park para dar fe de que esto continúa siendo así…
Con tan solo doce minutos de demora, Alex Turner y los suyos abordaron el abrasador escenario de Corrientes y Bouchard. Mucha ansiedad y expectativa generada al respecto, era la hora de la verdad, la hora y la oportunidad de apreciar a una banda que llega en su mejor momento y con comentarios más que notables. La histeria adolescente se percibe en el aire. Ellas, las niñas, parecen asistir a un casting indie de Patito Feo. Ellos, los jóvenes, siguen siendo jóvenes, se mezclan entre la gente portando remeras de Oasis, Led Zeppelin y Radiohead.
“This House is a Circus” es la que eligen para la apertura. El sonido no es bueno pero es confiable. Entre ellos cuatro la química y la simbiosis permanecen inalterables, hay oficio arriba del escenario. Le sigue “Brainstorm”, primer corte de "Favourite Worst Nightmare", que retumba en el recinto y en la cabeza de muchos. Las cosas se empiezan a acomodar y el ambiente está más que alto. Muchos de los allí presentes conocen las letras de la primera hasta la última sílaba, y lo hacen notar. No es raro –y hasta inseguro- sentir ése tremendo y joven potencial que ellos despliegan; una cruza entre The Clash y The Kinks, pero con mucho olor a adolescente. Una primera media hora impetuosa y briosa, donde por ejemplo sonaron “Dancing Shoes”, “Still Take You Home”, “From The Ritz to the Rubble” y una celebrada “Fake Tales of San Francisco” que se fusionó magníficamente con “Balacava”, todas, en su mayoría pertenecientes a su primer opus: "Whatever People Say I am, That’s What I’m Not". Es sabido que los ingleses no son muy demostrativos y efusivos. Bueno, Alex se encarga de corroborar ésta teoría con su escueto diálogo ante los que lo fueron a ver (y a idolatrar). Pero, ¿acaso importa lo que digan cuando lo que se está manifestando con sus instrumentos y voces es más primordial y fabuloso? Precisamente en esa cuestión se destacó notablemente Matt Helders, el baterista.
Más adelante se aproximaron las nuevas: “Teddy Picker”, “D is for Dangerous”, “Old Yellow Bricks”, “Do Me a Favour”, su tema más logrado “If You Were There, Beware”, una primicia como “The Nettles” y la más festejada (y esperada) de la noche: “Fluorescent Adolescent”. Ese fue el momento de la confirmación, donde se cristalizó la llegada y trascendencia de los AM para con su audiencia.
Ya sobre el final quedaron algunas gemas perdidas que guardaron afanosamente como “When the Sun Goes Down”, “The View from the Afternoon” y un cierre de lo más altisonante con “A Certain Romance”. Y sí, Turner avisó que solo quedaban tres canciones en el set list, y así fue.
Nada de bises, nada de saludos pomposos y demagogos. Setenta y cinco minutos del puro y bien ponderado Rock Británico. Arctic Monkeys dejaron de ser solo una gran promesa y pasaron jugar en las grandes ligas en un parpadeo. Esperemos que ése parpadeo sea para que sigan soñando, y no para que se duerman.
Algún día ustedes podrán decir que vieron a los Arctic Monkeys en su mejor momento. Quién sabe, el tiempo se encargará de hacer lo propio.